Jodida pretenciosa y de como la niña mala le jodió la vida a Ricardito Somocurcio
Si Ricardito Somocurcio hubiera sabido lo que iba a representar aquella chilenita en su vida, probablemente no tendríamos historia que contar.
En Miraflores la vida pasa sin muchos sobresaltos, Ricardo es un niño de clase media que ve pasar sus días entre las travesuras y fiestas pubertas propias de la época. Un día llegan al barrio dos chilenitas, una de ellas flecha a Ricardo y desde ese momento, sin saberlo, su vida transcurrirá en torno a aquella pequeña impostora.
Las travesuras de la niña mala son agobiantes por ratos, vemos un amor grande a lo largo de la historia, pero en la misma medida enfermizo y lleno de incertidumbre.
Aquella chilenita lo seguirá, la topará en Francia, en España, en Japón, Inglaterra, Perú. Siempre bajo una nueva personalidad, guerrillera, esposa trofeo, presa sexual, porque Otilia fué todo, menos Otilia. Y Ricardo se enamora cada vez que la encuentra, se enamora de cada uno de sus personajes, se enamora de ella y se siente el sufrimiento de el amor no correspondido, de la incertidumbre de no saber si es amor, si es ambición o amistad. La interrogante eterna de saber si somos o no correspondidos, ¿la indiferencia de la contraparte es solo por la personalidad discreta o es falta de aprecio?
Ricardo, Ricardito, aquel falto de personalidad, consigue muchas de sus ambiciones, tiene el empleo con el que soñó, vive en París, es un autoexiliado, pero ella será siempre su ambición más grande, la que nunca siente suya, la que huye y le rompe el corazón una y otra vez.
Se casan, viven felices, por lo menos un tiempo, ella no es mujer de familia, ella vive su día, lo abandona sin pensar en su suerte, pero así es ella, y así la recibirá él de nuevo, viejo, cansado, pobre, y dejará de nuevo todo para regresar a aquella chilenita de la que se enamoró un verano en Miraflores.
Vargas Llosa nos da un personaje femenino lleno de fuerza, cargado con una personalidad vigorosa, poco afectiva y práctica. A Otilia la amas y la odias, como seres humanos repelemos aquellas personalidades que se alejan de lo humano. Otilia nos causa desconfianza, vemos al narrador justificarla, cegado por ese amor indestructible, que ni la misma niña mala logra descomponer. Ambiosa, arribista, egoísta, frívola y manipuladora, ¿me falta alguno?
Pero la culpa de todo el drama no lo tiene la niña mala, Ricardito, solo proyecta su amor en frases cliché, se confiesa "enamorado como becerro" y Otilia buscando un control externo, no puede sino tachar de "huachaferías" el erotismo lírico que Ricardito sin empacho expulsa.
¿Novela romántica? No, va más allá, es un drama de vida, de dos personajes destinados a encontrarse y fastidiarse, si algo tienen en común ambos, es la soledad que los precede. Quizá por eso se buscan, por eso se rescatan, porque aquellos dos huerfanos de patria, con el paso de los años solo se tienen uno al otro.
Frases:
En Miraflores la vida pasa sin muchos sobresaltos, Ricardo es un niño de clase media que ve pasar sus días entre las travesuras y fiestas pubertas propias de la época. Un día llegan al barrio dos chilenitas, una de ellas flecha a Ricardo y desde ese momento, sin saberlo, su vida transcurrirá en torno a aquella pequeña impostora.
Las travesuras de la niña mala son agobiantes por ratos, vemos un amor grande a lo largo de la historia, pero en la misma medida enfermizo y lleno de incertidumbre.
Aquella chilenita lo seguirá, la topará en Francia, en España, en Japón, Inglaterra, Perú. Siempre bajo una nueva personalidad, guerrillera, esposa trofeo, presa sexual, porque Otilia fué todo, menos Otilia. Y Ricardo se enamora cada vez que la encuentra, se enamora de cada uno de sus personajes, se enamora de ella y se siente el sufrimiento de el amor no correspondido, de la incertidumbre de no saber si es amor, si es ambición o amistad. La interrogante eterna de saber si somos o no correspondidos, ¿la indiferencia de la contraparte es solo por la personalidad discreta o es falta de aprecio?
Ricardo, Ricardito, aquel falto de personalidad, consigue muchas de sus ambiciones, tiene el empleo con el que soñó, vive en París, es un autoexiliado, pero ella será siempre su ambición más grande, la que nunca siente suya, la que huye y le rompe el corazón una y otra vez.
Se casan, viven felices, por lo menos un tiempo, ella no es mujer de familia, ella vive su día, lo abandona sin pensar en su suerte, pero así es ella, y así la recibirá él de nuevo, viejo, cansado, pobre, y dejará de nuevo todo para regresar a aquella chilenita de la que se enamoró un verano en Miraflores.
Vargas Llosa nos da un personaje femenino lleno de fuerza, cargado con una personalidad vigorosa, poco afectiva y práctica. A Otilia la amas y la odias, como seres humanos repelemos aquellas personalidades que se alejan de lo humano. Otilia nos causa desconfianza, vemos al narrador justificarla, cegado por ese amor indestructible, que ni la misma niña mala logra descomponer. Ambiosa, arribista, egoísta, frívola y manipuladora, ¿me falta alguno?
Pero la culpa de todo el drama no lo tiene la niña mala, Ricardito, solo proyecta su amor en frases cliché, se confiesa "enamorado como becerro" y Otilia buscando un control externo, no puede sino tachar de "huachaferías" el erotismo lírico que Ricardito sin empacho expulsa.
¿Novela romántica? No, va más allá, es un drama de vida, de dos personajes destinados a encontrarse y fastidiarse, si algo tienen en común ambos, es la soledad que los precede. Quizá por eso se buscan, por eso se rescatan, porque aquellos dos huerfanos de patria, con el paso de los años solo se tienen uno al otro.
Frases:
“Hay días en que la recuerdo y me pregunto: ¿Qué estará haciendo? Hay noches en que la extraño y me pregunto: ¿Qué me estoy haciendo?”
“La verdad, había en ella algo que era imposible no admirar, por esas razones que nos llevan a apreciar las obras bien hechas, aunque sean perversas.”
“No me preguntes por qué, porque ni muerta te lo voy a decir. Nunca te voy a decir que te quiero aunque te quiera.”
“El secreto de la felicidad, o, por lo menos, de la tranquilidad, es saber separar el sexo del amor. Y, si es posible, eliminar el amor romántico de tu vida, que es el que hace sufrir. Así se vive más tranquilo y se goza más, te aseguro.”