Discurso de Avelina Lesper (no incluye pastelazo porque en este blog se le quiere a la Lesper)
La rebeldía es la respuesta indomable al estatus. Reta a las normas que podrían contenerla. Se agita con las negaciones, involucra la colectividad como una fuerza que señala una cultura. Los motivos del rebelde se convierten en caminos de conducta. Su impacto depende estrictamente de la potencia de sus ideas y de la inteligencia capaz de renovar y transmitir una realidad, abriendo una salida para la libertad y la creación.
El arte necesita rebeldes capaces de inventar una perspectiva distinta a la realidad que la cotidianidad no aporta. Expresar y comunicar aún desde la incontenible protesta es la catarsis de cada ser humano. En esa comunicación nos vemos y reflejamos. Es por eso que el arte es un puente de comunicación que nos involucra y compromete. No estamos viviendo tiempos rebeldes, al contrario, estamos en la época de la asimilación inmediata. La rebeldía no es perseguida, el derecho a expresarse lo ejerce hasta la idea más estúpida. En las redes, el insulto es libertad de expresión. La masa aullando y linchando es opinión pública. En este nivel de rebeldía asimilado y auspiciado se encuentra el grafiti y sus diferentes variantes.
Nació hace décadas en las manifestaciones de los grupos marginales, los movimientos de negros y chicanos, las bandas que con estas intervenciones urbanas gritaban a la sociedad que no deberían ser ignoradas. El estado de rebeldía y protesta fue comprado por las instituciones, las buenas intenciones oenegeras, los buscadores de tendencias, los curadores y los museos de arte VIP.
Y los gobiernos encontraron una vertiente para la demagogia y el populismo. El grafiti se convirtió en parte de un lenguaje políticamente correcto que el establishment usa para la integración al estatus. Las urbes del mundo dejaron de padecer estas pinturas y ahora las fomentan apoyadas por los textos de los académicos del arte, la sociología y la antropología, que las estudian y clasifican, la publicidad las copia. Los candidatos gubernamentales les entregan botes de pintura a los grafiteros. La rebeldía se burocratizó y se asimiló rápidamente creando círculos de poder, tráfico de puestos y privilegios. La asimilación ha sido tan efectiva que el grafiti vive un estado de imitación sistemática de los cánones impuestos desde hace más de 40 años, integrado al sistema, tiene los privilegios del arte contemporáneo VIP.
El grafiti también tiene sus curadores, sociólogos y antropólogos, que le llaman artista a todo el que tenga un bote de spray en la mano y con una enorme condescendencia afirman que el grafiti es para expresarse, que son las estéticas de la calle, hacen congresos, imparten posgrados, escriben trabajos de tesis. Y con esta enorme infraestructura se consideran infalibles a la crítica, a la que niegan rotundamente, estableciendo una forma de dictadura social con pinturas que existen por el allanamiento a la propiedad pública y privada.
Esa violación a los derechos ciudadanos se realiza con obras que en la inmensa mayoría carecen de originalidad y desarrollo técnico. Al igual que el arte contemporáneo VIP, se posiciona como incuestionables y obligan a la aceptación desde el chantaje del victimismo social, y nos dicen: “si me cuestionas, estás en mi contra”, buscando los elogiosos aplausos de los críticos de arte que los explican en textos pagados por los museos y las universidades.
La supuesta marginalidad se ha convertido en su propia autoría. Ser autor nos obliga a aceptar lo que hemos hecho y a responder sus consecuencias. Es una responsabilidad hasta del propio talento y de las ideas. Los autores del grafiti viven detrás de un anonimato. Se congregan en sociedades y grupos como parte de su manejo del poder, no son responsables de su autoría, al contrario, han hecho de la comunidad una salida políticamente correcta para evadir las consecuencias de sus actos. La propuesta estética del grafiti se sostiene en la imitación sistemática de cánones y estilos muy limitados, copias directas de los grafitis norteamericanos. No han evolucionado los distintos tipos de tags o firmas de nombres, las caligrafías, que son variaciones unas de otras y hasta los personajes.
Es una larga cadena de copias incapaces de comunicar o expresar, en donde la libertad creativa no tiene sitio. Incluso los personajes representan una inmediatez estática y conceptual, que parecería que los autores son perpetuos adolescentes, que carecen de una realidad social. Es notable cómo las pinturas que se incluyen en el street art con grandes formatos figurativos en su mayoría imitan el lenguaje publicitario, plasmando fantasías y ficciones decorativas que no manifiestan la marginalidad ni la rebeldía de un autor o un colectivo, imponiendo un lenguaje domesticado por el establishment.
Es una minoría la que destaca por su realización y lenguaje y esas mismas pinturas son vandalizadas por otros grafiteros que no respetan su espacio y que les marcan una diferencia en las posibilidades del muro. Las pinturas que han sido auspiciadas por instituciones, únicamente unas pocas demuestran una propuesta de contenido. El resto no plasma nada —¡nada!— que pueda molestar al patrocinador.
Podemos ver desde cartoons y emoticons y no vemos nada que se acerque a la supuesta marginalidad y mucho menos a la urgencia de libertad de expresión de los autores.
El lenguaje, su principal arma, está integrada a la publicidad, a las redes sociales y a la moda, complaciendo a un sistema que busca disfrazar las necesidades reales de la juventud. La libertad ha inventado su propia celda y se refugia muy bien en ella, cobijada en una estructura que con unas pocas prebendas se mantiene domesticada. ¿Y en dónde quedó el talento artístico para decir algo a la sociedad? Los grafiteros que niegan la crítica están de espaldas a la sociedad. Parece que no saben que necesitamos una cultura urbana que nos salve de la invasión vulgar y grosera de la publicidad, de la flagrante presencia de las campañas políticas, de la contaminación visual que nos ahoga y que la creación de pinturas en los muros sería una gran aportación al pasaje urbano. Sin embargo, su imposición mayoritaria es para los tags, que pueden ser desde el más elemental exabrupto, hasta descomunales siglas. El deterioro responde a que las paredes son sólo un coto del poder y que, evidentemente, las personas con talento no tienen acceso a ellas. Los colectivos que nada más les falta convertirse en sindicatos o partidos políticos o tener representantes en la cámara de diputados, tienen cooptados los muros.
En las llamadas estrategias de recuperación de espacios, las obras son de evidente complacencia. es impensable que lo que vemos en los muros de la ciudad sea lo mejor que nos pueden ofrecer a los ciudadanos. Insisten en que sus pinturas no son actos vandálicos, que son estética urbana y que todos los habitantes de la urbe debemos respetarlas como si fuera axiomático tomar un spray y con eso convertirse en invulnerable. Entonces, si quieren el respaldo de la sociedad, demuestran su talento y gánense los muros.
El espacio se detesta desde la inteligencia, la admiración y la propuesta de verdad arriesgada en su contenido y lenguaje, no desde la protección del gobierno y las instituciones, o desde la intransigencia del uso de la fuerza y el anonimato. Demuestren que son capaces de crear una verdadera estética urbana que aporte a los ciudadanos, que nos diga que no debemos ignorarlos porque son artistas con un compromiso real con su autoría y la creación. Entreguen los espacios a los jóvenes verdaderamente talentosos. Y si lo que prefieren es seguir como hasta ahora, esgrimiendo la falta de talento desde el chantaje del victimismo social, si lo que buscan es continuar con su asimilación al establishment y su irresponsabilidad autoral, adelante, impongan su doctorado de grafiti en las universidades y con estos privilegios asuman el estatus que la sociedad les ha otorgado y acepten que aunque no escuchen a las críticas ustedes forman parte del deterioro social que nos ha llevado al sitio donde nos encontramos.
La disyuntiva es defender el talento y la creación. Sean capaces de crear un verdadero movimiento pictórico, o sigan como están ahora: domesticados por el sistema.